domingo, 12 de septiembre de 2010

Era un caballo pastando niebla en medio de la noche. A lo lejos se oía el sonido aberrante de una máquina acromática. El pasto estaba mojado y los peces mordían sus raíces. Ahí, a mis pies, veía los moluscos que se reflejaban bajo el agua a medida que se comían la hierba. Dios mío, aquí hace demasiado frío, amo los caballos y ese es extremadamente blanco y grande. Debe ser una montaña, mientras más camino más se aleja. Y acá, bajo el mar, comienza una tormenta, una lluvia inclemente de nubes celosas que bajan a la tierra deseando tener pies. Yo quisiera volar a veces. El caballito se está yendo y yo no sé por qué no quiero despertar.

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