domingo, 3 de marzo de 2013

La ciudad estaba sumergida en la más densa de la oscuridades, torres de luces ciegas se alzaban desde el centro de este agujero anecúmene y ahí estábamos tú y yo; yo de pie ahí manteniendo todas mis víboras cautivas y tú dándome la espalda y llevándote las manos a los bolsillos llenos de cartas mías sin abrir, con tus  dedos negros que qué manera más elegante tenían de despreciar el papel. Salía barro de mi boca, di media vuelta hacia la tormenta. Tus pasos seguían oyéndose, cada vez más cerca, y tu silueta era cada vez más negra. Tú y la noche eran uno. Sos amado por semejante beldad, permíteme mostrarte el oro de mi cuerpo, te daré la muerte misma. Nunca me he retractado de nada, ni siquiera imagino cómo ha de sentirse. Miro la noche y te beso hasta hartarme. Nunca mas nunca.